Ellos jugaban cartas. O al menos eso pensaba.
Jugaban a adivinar el destino, a ponerse en manos de una fortuna más menos "habitable".
Recordó las frases del pastor con escalofríos, se resistió a la memoria y volvió a leer la frase infinitas veces.
Y volvió a recordar. Pensó en él.
Levantó la vista, caminó como si no existiese nadie más en la habitación y cruzó a la cocina.
Soltó debilmente el aire que no llegaba siquiera a su tórax, abrió la gaveta. Sacó el cereal y vació levemente su contenido en el bol. Lo observó con desgano y guardó la caja. Regresó en silencio y se sentó en el escuálido sofá entre frazadas.
El silencio traía de vuelta su voz, su respiración, esa imagen que encontraba tierna en su interior.
Lo observaba, él cerraba los ojos.
"Tiritabas" quiso decir. Se resistió.
No había silencio en realidad, necesitaba negar que por fuera existiese algo más, porque por dentro, la fiesta llegaba a la calma de la catarsis, de esa euforia que sin llegar a angustia aun, aterriza en la realización, en su entera persona única y posible.
"Tiritabas, y te amé. Estabas aquí, y aun no te puedo sacar."
Ella sonrió, sin importar ya las vibras ni la energía extraña que la mantuvo aislada nuevamente entre la gente.
Ellos jugaban a ser hombres básicos, a ser creyentes. O al menos eso creía.