Atentamente.

Ayer acostumbraba el peso de un mal tiempo.
De un mal pasado, allí sobre la mesa más simbólica que nada.
Recordaba la sombra y el sonido del zumbido algo sordo entre los gritos. 
No había razón para sentir dolor. 
Más ahí estaba, y en verdad me importó un carajo tu censura. 
Me vale madre.

No tengo respeto a quien con fuerza calla. Ni por locura ni certezas.
Tú ultrajaste mil veces mi paciencia, 
por estallar tan frágil, por quedarme en la violencia de tus palabras.
No hay respeto en el temor.

No contengo y ya no caigo. 
Sin entender preferí callar.
Sí, resguardar el pensamiento a su posibilidad de esfumarse,
porque no vale la pena ante el puño enrojecido.
Porque no temo a tus golpes sino fatigan mi conciencia,
la posibilidad de amar de alguna manera y resguardarme en tu sangre.

A mi, con sinceridad, me valen madre.

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