-
No estás bien, y tú lo sabes.
-
No, es que tú no entiendes, te
necesito. Y sé que tú también, no lo niegues.
- Esto no está bien- le contesté
fríamente- ya basta. - Me observó en silencio un par de segundos, pero fue
suficiente para que me quemara por completo. Y es cliché, lo sé, pero sentía en
la garganta en ese amargo nudo que todo estaba por acabar. Sin embargo, jamás podemos
estar del todo seguros, es como si el corazón nos guardara aun más sorpresas,
como si la adrenalina no se agotara nunca y el pecho se incendiara con la
fricción de nuestro corazón. Con los ojos cargados de ira, vi en ellos el más
frío atardecer de su vida. Su cuerpo de pájaro tiritaba como si un chorro de
agua la hubiese cubierto, su cabeza se agitaba sin poder comprender mis
palabras, absorta negando nuestro final. El miedo que sentí en ese momento me
invadió completamente, casi sin dejar espacios para pensar. Todo regresa aunque
quisiera olvidarlo, como un mal sueño que no te deja respirar.
- ¿Qué ha cambiado? - me suplicó.
Lloré con rabia, y le tomé las manos. Pero ella las apartó rápidamente – Dime
¿qué fue lo que te hice?- gritó algo más alterada.
-
Nada, tú no has hecho nada… O
quizás sí, no lo sé-
-
¿Y qué es lo que sabes? Dime de
una puta vez qué es lo que sabes. Pensé que me querías, pensé que esto iba en
serio-
-
Nunca ha dejado de serlo. ¿No lo
sería acaso después de todo esto?-
-
¿Y entonces qué? ¿Qué cambió?-
Ella aferró sus manos a mis brazos, sentía sus uñas entrando en mi piel. Cerré
los ojos por un momento. Creí que moriría en el intento de hablar.
-
Yo… yo no puedo. No puedo- Sentí
náuseas, asco de mis palabras.
-
No has vivido ni la mitad de esta
vida, ¿y ya te arrepientes?- dos tibias lágrimas caían por su rostro.
-
Betty…
-
No me digas así. No…- Creí que me
golpearía o algo, fruncía los labios por la rabia y sus uñas estaban cada vez
más dentro de mí. Traté de susurrarle que me soltara, pero eso podía empeorarlo
todo. No sabía absolutamente nada de lo que vendría después y en verdad un par
de heridas en los brazos sería el menor de mis problemas.
-
No me arrepiento de nada. Pero
esto no puede seguir-. Se soltó de mis brazos y retrocedió lentamente sin parar
de llorar. Me miró nuevamente, como si esperara que mi respuesta fuera
distinta, pero sólo encontró mi negación, mis ganas de salir corriendo y no
volver a verla. Pero en el fondo sólo hubiese deseado volver, aunque hubiese
huido sé que mi instinto me traería de regreso a ella.
No sé si fue por inercia, pero tomé mi bolso y comencé a caminar. Sólo oía mis pies arrastrándose sobre la tierra y los sollozos de Beatrice a lo lejos. Sentía mis zapatos pesados y sólo quería llegar a mi cama y llorar en paz, lejos de ella, ahogarme en mi estupidez y cobardía. No alcancé a llegar a la puerta de su casa que comunicaba al patio cuando creí escucharla decir algo. Miré sobre mi hombro lentamente.
- Dime, ¿no te arrepientes de nada?
¿de nada en verdad?- En su mano se extendía el revolver. El mismo con el que su
padre se quitó la vida una vez jubilado, esa pistola que yo ya conocía. Me puse
de frente a ella sin poder creer lo que veía, su mano tiritaba infatigable, sus
ojos se empañaban en lágrimas. Todo el amor que alguna vez sentí parecía
desvanecerse en esa imagen, en el odio que sentía por su violencia, por su
falta de cariño y comprensión. Por mis miedos y el egocentrismo que sentí
cuando estuve con ella. Todo era mi culpa, no la supe entender, no pude
cuidarla lo suficiente. Cerré los ojos, y sin entender por qué dejé de llorar. Pensé
en mi madre, en mi padre, y extrañamente pensaba también en ella. Por un
instante me arrepentía de todo, una parte de mi quería acabar con todo esto y
volver con ella. Pedir perdón por todo lo que había dicho.
- Si no te arrepientes… - dijo con
voz quebrada - ¿no te importa… si te mato? Estarás viva para mí… Como un
recuerdo, ¿de eso se trata no? Somos inmortales mientras alguien nos guarde en
su memoria… -
-
No me importa. Y es justo. Me
sentí libre… pero es probable que te haya sometido sin darme cuenta. Que haya
oculto mi egoísmo en amor. Está bien… es lo justo-
-
Me estás mintiendo
-
Sí- respondí desafiante. Agachó la
vista observando el arma. – Sí te miento. Nadie merece morir por sus errores,
no es lo justo. Pero sí es cierto que me sentí libre… hasta cierto punto.
-
Me alegro por ti. Pero no puedo
dejarte ir - apuntó a su sien y crujió el calor del disparo. Pude ver cómo su
cuerpo caía lentamente, como si Cronos en mi amargura regalara una eternidad a
cambio de su vida. Intenté en vano atraparla con mis brazos, como si eso le
devolviera la vida. Un grito desgarrador me apuñaló el alma sin poder creer aun
que esta vez la bala había acertado contra su vida. La apreté entre mis brazos
y lloré aun más fuerte. Sentí las voces de los vecinos, alguien mencionó su
nombre entre medio de los gritos. A miles de kilómetros de mí, una sirena de
policía sonaba asfixiada, recuerdo a dos hombres bajando de la ambulancia,
haciéndome preguntas que para mí carecían de sentido. Un brazo fuerte me
recogió, y me arrebataron a mi avecilla para siempre.
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