Me bebo entonces cada noche el corazón, para ignorar todo aquello que pueda enunciar como bello, como bueno.
Los pájaros que posaban sobre los alambres, me miraban curiosos como si hubiese perdido el hilo de la conversación.
Yo alegaba entonces que jamás encontraría razones para sonreír.
Pensaba en los recuerdos de la infancia, en la adolescencia, hasta en mi propia forma de recordar, en cómo se apiñaban en secuencias lógicas dignas de la dramaturgia, todos aquellos acontecimientos que marcaron la curva que maneja mi vida.
"Y no sentí que fuese digna de ser feliz. Todo se hacía por alguien más."
¿Y cuánto tiempo habría de pasar para darme cuenta?
Tenía que equivocarme tantas veces.
El veneno lo tomé de un trago, como si de alcohol se tratase. Quería sentir las vueltas del desorden en la cabeza y caerme de espaldas para no llorar y ahogarme.
Estaba buscando mi centro, ¿dónde?, no quiero acordarme.
La cosa es que llegué hasta aquí.
¿Dónde? no sé exactamente, pero me palpo las sienes y busco el largo de mis cabellos sobre el pecho, y entonces todo anda bien.
Juegan conmigo alucinaciones gigantes.
Me bebo el corazón cada noche, para ignorar nada más.
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