Constantemente leo y escucho, conforme se acerca esta
fecha, como gente nacida en los fines del siglo (pasado por cierto) exigen
silencio, gritan “basta”, porque
creen en la conciliación a través del olvido. Reclaman el ejercicio de la
memoria como un gasto innecesario, pero si a usted estimado, le cortaran una
parte de sí mismo, mutilaran a su familia, quebraran la necesidad de tener a
los suyos aun a su lado, viviendo por causas naturales y no muertos por causas
delictuales, ¿sería acaso capaz de olvidar?
¿Quién olvida cuando
nunca ha tenido a su hermano, su hijo, su padre o su madre de regreso a casa?
¿Quién eres tú para negar la confianza de quien aun espera para cerrar un
ciclo? ¿Con qué derecho exiges que se hable de “paz” cuando no ha habido “justicia”?
Los que llaman al cinismo “conciliación”,
lavan sus manos de los horrores cometidos por muchos en nuestro nombre. Porque
el exterminio del “marxismo” y todos
aquellos cuerpos que lo representaran (para el ojo de unos pocos) se trataba de
un “bien común”. Cómo tienen el
descaro de decir que debemos dar vuelta la página, cuando no entienden ni en lo
más mínimo el despertar cada mañana preguntándonos ¿dónde están?
Vi como construían supermercados, centros comerciales y
edificios, vi cómo desde las entrañas de la tierra sacaban cadáveres sin avisar
a nadie. Vi el gesto desentendido del progreso aplastando los cuerpos sin ritos
ni funerales, sin descanso, la imagen viva del siguiente siglo. He visto cómo
nuestra generación sufre por el amor y el desencanto, viven en vano
representándose a sí mismos, en la necesidad narcisista de ser una imagen más
que observar. Creen que el amor se encuentra en el deseo mutuo, pero no tienen
idea en verdad. Yo veo el amor en aquellos que aun luchan, veo el amor en
aquellos que murieron sin poder despedirse, en aquellos que vuelven
constantemente a nuestras memorias, en aquellos que son capaces de sentir por
el otro sin tener que vivir lo mismo. Porque el dolor de nuestra herida es más
fuerte que la necesidad de vivir en la mentira, porque en la búsqueda por
respuestas, hemos encontrado el abrazo de nuestros compañeros. No es la
necesidad de mantener una guerra ni dividirnos en la amargura, sino el
incansable anhelo por encontrarnos en este acto de amor.
A pesar de lo que digan, no pueden negar que esto cambió
nuestro país, aunque hayamos nacido cuando esto ya había “terminado”. El cuento es al revés, la democracia aun espera, la
alegría nunca llegó, la fiesta la hizo la hipocresía. Sólo nos queda el amor,
aquel que nada lo borra, ese que aun hoy nos hace preguntar por ellos que no
están y nos mantienen atados a la lucha por permanecer vivos en la memoria, y
no muertos en el olvido. Para reconciliarse, primero es necesario asumir que
ambas partes se han herido. ¿Qué fue lo que hicieron ellos para desaparecer?
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