Sobremesa

Mi tía abuela, la menor de ellas, estaba sentada a la mesa a falta de su humareda en los labios,  frente a su  acostumbrada copita de licor, contando historias, elevando la voz en ciertas partes. Ella de profesión profesora, junto a su hermana mayor sentada a su lado, quien a su vez había sido profesora sin ejercer nunca, (más que con sus hijos, nietos, bisnietos,) asentía tímida, a veces integrándose con afirmaciones o arreglos a las historias fabulosas de la familia. Se hablaba de las fiestas en la casa matriarcal, en donde su madre Marta tomaba malta y vino, donde se compraban garrafas, botellones, e incluso algunos parientes tomaban el té con el vino mezclado en la copa. Se relataba con dicha las tertulias, los tíos violinistas, los pianos, las guitarras, los bailes, así tan bien como las desgracias. De toda esa fábula maravillosa, recordaron un especial difunto, uno que no muchos conocieron, pero que ha permanecido en silencio, hasta que lo oí en la sobremesa hace unos días. 

Una de las hermanas ya casada con quien sería su marido de toda la vida, tuvo a su primogénito, un hermoso varón. Tal así, que las mujeres de esos años decían  que el bebé no era de este mundo. Se decía que no viviría mucho, que su hermoso rostro no podía habitar entre este mundo oscuro lleno de máscaras y suciedad. Mis tías afirmaban que así sería, puesto que el bebé habría llorado en el vientre materno. 

- ¿Y cómo saben eso?...
- ¿Qué cosa?
- Que lloró en el vientre
- Porque lo escucharon
- ¿Quienes?

Hubo una pausa. 

El bebé había llorado en el vientre de su madre, meses antes de nacer.
Vivió un año dicen, y murió en Navidad. Ese año mi tía abuela se había titulado de profesora, sus hermanas velaban al bebé en plena celebración del Niño Jesús. Ese mismo año, quien fuese el protector del bebé, su propio abuelo, abandonaría esta tierra junto a él.  

La verdad es que la historia en sí, me ponía los pelos de punta. Pensar que después de tanto tiempo, la vida de mi familia era de por sí un realismo mágico que, sin dudas, transformaba todo en finales felices. Esta vez quedé sin palabras. Mi tía tomó un trago de la copa y nos miró satisfecha a través de sus gruesos cristales. 

Al año después nació tu tío, y luego sus hermanas...


Por mucha actitud
Por mucho sarcasmo
Por mucho vacío que implique
Por tanta palabra inconexa y estúpidas muecas
Por tanta risa y voz emulada

Por el desorden constante,
Por mis excusas que todos conocen y que no son más que cinismo
"porque todo cínico en el fondo es un sentimental"
Hay algo que de todo quizás me duela más.

Su fijación por la profundidad de mis huesos, de mi piel
No puedo comer tranquila
No puedo vestir tranquila
le tengo miedo al reflejo, los espejos
pero me hago terapia tomando autoretratos
años, 21 para aceptarse
el resto de lo que queda para convencerse.

Estoy harta al punto que, en mi vida, era la prima, la sobrina, la hija, la hermana, la nieta (sí, bien lo recuerdo y tu ya estabas quedando ciego) gorda.