Y en un arrebato, como muchos de esos que me dan a veces, marqué el número y esperé.
Con la oreja caliente en rabia, en malestar, sonaba el tono, pero no obtuve respuesta.
Sonó como era de esperar, el maldito buzón de voz.
Corté y me disponía a caminar en círculos molesta. Y en eso suena de nuevo el bendito aparato.
"Llamaba para decirte que dejes el dinero y los pasajes, que mañana mismo me voy. No voy a pasar una semana aquí". Y corté. 

Tuve todo el día para pensar, para estar molesta, para llorar, para extrañar, para procastinar. 
Ni el almuerzo pude tragar, todo estaba muy complicado aquí, en el cuerpo. 

Esperé hasta escuchar el chirrido del automóvil aproximándose. Me puse nerviosa, estuve toda la tarde ordenando la casa, ordenando la cabeza, limpiando, aprovechando el silencio, el viento, el sol tímido de invierno, el verde de las plantas, los cactus amarillentos y las hojas. Cada cierto rato rozaba en mi mano la herida que la escoba de palo había dejado sobre mi pulgar, recordando lo mucho que limpié esta tarde.

Esperé una hora o más quizás desde la llegada, y bajé orgullosa. Nadie dijo nada. 
Entonces avancé rápido a la oficina y lo encontré encorvado frente a la pantalla para variar. En su pieza un pequeño pie se resbalaba fuera de la cama en el sueño. Acomodé a la niña primero para suavizarme, y entré muy seria.

"Hola. ¿Cómo estaban ellos?"
"Ahí..."
"Cómo ahí"
"Ahí... recuperándose" Me miraste en tres cuartos de tu rostro, pero sin mirarme. Observabas a la pared como perro triste.
"¿La plata y los pasajes?" dije fríamente.
"Encima del televisor" 

Caminé y no los encontré a la primera. Volví a mirar y ahí estaban. Sentí una pena enorme.
En ese arrebato, en ese infantilismo, ellos vieron mi determinación terca y adulta de mandarme a cambiar. El interés por arreglar las cosas, por pedir perdón, por hablar, todo eso se fue a la mierda.
Están más interesados en sus problemas, en sus trabajos. Y lo entiendo
Pero hoy podrían haber hecho un gesto, una mueca, una intención de algo.
Hoy, a diferencia de hace unos años, les dejó de importar si estaba bien o mal. Sólo me están haciendo más fáciles las formas de escapar de su indiferencia. 


Ese día, no hay compromiso

Parecía aun más triste pensar que por un instante hice un sacrificio por ti.
Porque para ti no era importante, porque nunca tuvo valor, sólo te referías a un deseo de algo muerto.
Muerto en verdad desde un comienzo, es difícil tornar en vida. 

Bueno y entonces ahí estaba yo, con el alma medio moreteada, tratando de convencer mis ideas de que lo hacía por respeto, que hacía lo correcto.

Y hablamos. Decidí que era mejor. Y cuando me dices todo, entiendo que era yo en verdad y no .

¡Ah, pero qué vergüenza! Guardé cierto temor de ti, y de quien debí guardar tanto fue de
No hice méritos, o algo así, qué se yo. Es lo que recuerdo

¿No te decía yo? Cuando una verdad parece golpearte a lumazos, sientes como tus oídos ensordecen y las orejas se calientan.

No piensas, tienes ganas tremendas de llorar, pero los músculos no reaccionan, contusionados en la verdad que agarrota tu rostro. Entonces dije "qué pena..." Y tú seguías con una vehemente verborrea dándome razones para seguir en el suelo.


Yo te decía en silencio que pararas, pero sólo repetía "qué pena... qué pena"