Todos merecemos crecer y ser felices

A veces me martilleaba la cabeza (y aun lo hago en ciertos periodos) pensando en todo lo malo que le había ocurrido a mi corazón. En mis arranques de rabia, de tristeza, en los días que no pude dormir, en los que no podía comer. En los que permanecí en cama maldiciendo mi suerte, en los que no paraba de llorar sólo para deshidratarme y dejar la muerte entrar a mis sábanas. Pero en vez de todas esas cosas, y aunque las tuve por unos meses, en su ausencia tuve compañía. Pequeña, frágil, pero compañía al fin y al cabo. Acompañada de caricias, sonrisas, viajes, cafés y dulces. Tuve palabras de aliento, oídos atentos, un amor más importante que el que creí perder algunas veces. Sé que sólo me había enamorado una vez, y que las otras veces fueron tristes ilusiones de mí misma, miedo a sentirme querida, a valerme por algo más que mi amargura y mi brutalidad. Pero aprendí que no sería la última vez para estar en las nubes, y llegar incluso más alto. 

Pienso a veces en los golpes, en los abusos, en el miedo. Pero veo hoy a los amigos que sufren, y siento una necesidad imperiosa por estar ahí. No sé si será porque antes estuve sola, porque no me atreví a abrir mi corazón y dejarles pasar, porque me oculté tanto tiempo en la mierda que me rodeaba y me ahogaba sin sentido. Pero no puedo dejarlos, yo he sufrido, no más que ellos probablemente, pero he visto tantas veces mi flaqueza que siento la necesidad de no abandonarlos, no dejar que ellos mismos se abandonen... Sé que no soy ejemplo de nada, pero no puedo dejar que se den por vencido. Todos merecemos crecer y ser felices, aunque cueste salir de nuestros propios infiernos y avanzar sin mirar atrás. No soy quién para decírselos, pero al menos el amor que les tengo por ser ellos mismos, me mueve para apoyarlos una y otra vez. ¡No se rindan! Que yo no me rendiré.