Juan

Eras medio ermitaño.
No gustabas de los grupos de personas, ni de las celebraciones.
Comías, dormías, escuchabas música, todo en tu cuarto.
Gustabas de la cerveza, de los embutidos, la comida rápida y la casera.
Sufrías con las injusticias, simpatizabas con los que luchaban y los que marchaban por un país mejor.
Trabajabas en horarios detestables, debías cambiar tus sueños por el sol y a veces por la luna.
Caminabas pesado, del baño a la pieza, de la pieza a la cocina.
La porfía era tu aliada, disfrutabas como un niño de los programas infantiles.
Veías el Chavo del 8 en la televisión, mirabas videos de trenes y sus viajes al sur por internet.
Siempre sentí que querías viajar, recorrer los paisajes del país y regresar a la rutina. Nunca lo hiciste.

Y ahora, has cogido el último recorrido, la estación de la tranquilidad.
Quiero recordarte así, como el tímido e introvertido hombre que conocí.
Al que no le importaba saludar o despedirse, pero que siempre estaba allí, pendiente de los demás.
Aunque su figura se quedara en las sombras, aunque a propósito se aislara de la realidad.

Buen viaje Juan, gracias por las conversaciones, y por las que quedaron pendiente.